Textos y claves: Silvestre, ladra… pero no muerde


Miguel Ángel Arrieta

Antes de publicar bravuconadas para ostentarse como defensor inmaculado de la alcaldesa Adela Román Ocampo, el Vocero del ayuntamiento de Acapulco, Silvestre Arizmendi Torres, debería iniciar un ejercicio introspectivo que le permita visualizar lo inútil que resulta defender lo indefendible.
De hecho, sí la alcaldesa proyectaba lograr un levantamiento de su imagen durante su segundo año de gobierno, como parte de la estrategia para promoverse entre los aspirantes de Morena a competir por la gubernatura, con el nombramiento de Arizmendi Torres  prácticamente da un salto en sentido opuesto.
Por lo pronto, Adela Román debe aún a los acapulqueños la presentación de su política integral de comunicación social, en sus áreas operativa y financiera, para tener una idea del porqué en un periodo de doce meses ha nombrado cuatro directores de la oficina responsable de difundir el trabajo y las propuestas del gobierno municipal, lo que obviamente refleja el desinterés para estructurar puentes de retroalimentación con los ciudadanos.
Hasta ahora, la alcaldía ha tenido como directores de comunicación social, -con excepción de Roberto Ramírez Bravo, quien le otorgó a esa oficina un perfil noticioso intenso-, a comunicadores puestos a desempeñar el papel de alfiles de los grupos de poder que rodean a la presidente municipal. Personajes dedicados a someterse a los intereses del Secretario del ayuntamiento, Ernesto Manzano; del Coordinador de Asesores, Ricardo Castillo Barrientos y de la Secretaria Particular, Malena Godoy.
El problema es que ni de la presidencia municipal, ni de los demás integrantes del Cabildo, ha emanado una iniciativa para sanear esa oficina tradicionalmente blindada a cualquier mecanismo fiscalizador que busque detectar el manejo real que se otorga al presupuesto destinado a publicidad en medios de comunicación.
Cuando Adela Román ganó la alcaldía, una de las expectativas centrales fue que con el triunfo de un gobierno que llegó al poder sin compromisos fácticos, la opacidad sería confinada al pasado en el uso de los recursos públicos.
Al final de cuentas, la función central de comunicación social ha terminado convertida en la pagaduría de aplausos para el alcalde en turno, de ahí que los manotazos y amenazas veladas manifestadas por Silvestre Arizmendi se interpreten como un recursos desesperado para evitar continúe desmoronándose la imagen política de la presidente municipal: mientras no haya reformas de fondo al manejo de la oficina de prensa, todo discurso queda como aquello de que perro que ladra no muerde.
Y si de verdad el Vocero intenta rehabilitar la imagen del gobierno acapulqueño, primero debe voltear la mirada hacia tres asuntos anotados por los ciudadanos como tema prioritario en las tareas para recuperar la confianza de los gobernados: 
1.- La turbiedad en la administración de la Comisión de Agua Potable y Alcantarillado de Acapulco, (Capama), es la piedra al cuello del gobierno acapulqueño. Para cumplir con su función de Torquemada, Silvestre Arizmendi está obligado a explicar por qué la paramunicipal es operada por parientes de la alcaldesa y de funcionarios de primer nivel. Ahí, por más publicidad que pague nunca podrá silenciar la realidad.
2.- La transparencia que Silvestre Arizmendi anuncia emprender en comunicación social será más efectiva si comienza por informar amplia y públicamente en que consiste la propuesta de crear un canal de televisión municipal que promueva el trabajo del gobierno local, ante las versiones de que se trata de una iniciativa para beneficiar a la familia de Malena Godoy, la influyente Secretaria Particular de la presidencia, cuyo esposo y tío operaron la señal de SigaTV en Acapulco e intentan vender el mismo esquema al municipio, supuestamente con facturación privilegiada.
3.- La corrupción en seguridad pública, Tránsito y oficinas de reglamentos, registra niveles superiores a los de anteriores gobiernos. El sabadazo, la cacería de vehículos de turistas, la proliferación de antros en lugares cercanos a escuelas y centros culturales, el zócalo convertido en tianguis deplorable, son parte del breviario que tendría que erradicar Silvestre Arizmendi si pretende que deje de criticarse a su jefa.
En el fondo, lo que se juega Adela Román con la incorporación de Arizmendi Torres al frente de comunicación social, no es la promoción de su gobierno, ni el proyecto para perfilarla como candidata, lo que pone en riesgo es el legado político-jurídico-administrativo de la primer mujer como alcaldesa de Acapulco.

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