*El pueblo demostró que las prácticas que alguna vez funcionaron, ya no funcionan; la compra del voto y la amenaza no influyeron de manera determinante en una elección que el pueblo tomó en sus manos
José de la Paz Pérez
Las elecciones del pasado 6 de junio reflejaron una realidad: hay ciudadanos que ya no se dejan sorprender por el PRI, y hay también aquellos que ya no creen en el PRD.
Uno, el dinosaurio de los 80 años de gran poder, el partido que en sus momentos de mayor grandeza ganaba de todas, todas, el que construyó las instituciones, sí, pero también el que las corrompió, y el que fabricó pobres y analfabetas para tenerlos bajo su dominio en cada elección.
El otro, que nació como la gran esperanza, primero para combatir a ese partido que tanto daño había hecho a los mexicanos y que representaba la antítesis de la democracia, y después, para encaminar a México hacia el progreso, pero el progreso de todos, no de unos cuantos, y que hoy desvió su camino, perdió la orientación y se perdió en su voracidad por el poder.
Hoy, los dirigentes de esos enemigos acérrimos se unieron sin consultar a sus bases, sin importarles ideologías y diferencias en las formas de gobernar; el resultado de esta unión anti natura fue desastroso.
En el PRI, sus militantes piden la cabeza de su dirigente nacional, Alejandro Moreno, conocido entre sus cuates como “Alito”, luego de haber perdido ocho gubernaturas, lo que fue la gota que derramó el vaso.
En el PRD, las bases de izquierda buscaron acomodo en donde se sintieron “como en casa”, en Morena, y por lo visto ahí se quedarán, por lo que el Sol Azteca ahora es un cascarón al que cuidan dos o tres “Chuchos”, quienes no se han dado cuenta que ahí ya no hay nada.
ESTRATEGIA DEL PRI QUE YA NO FUNCIONA
Desde que Cuauhtémoc Cárdenas compitió por la Presidencia de México por el Frente Democrático Nacional, el PRI debió percatarse y reconocer que algo estaban haciendo mal, que la gente comenzaba a mostrar un hartazgo. Ese movimiento de miles de personas en favor de una causa que ya no representaba el gobierno en turno, debió alertarlos.
La simpatía lograda más tarde por AMLO debió terminar por convencer, a los dirigentes del tricolor, que algo habría que hacer. Finalmente, el tabasqueño les ganó la partida. Pero eso no los motivó a cambiar.
En los comicios del 6 de junio de este 2021 creyeron que sin el Presidente en la boleta podrían volver “por sus fueros” y se aliaron con lo que quedaba –para entonces- del PRD. El PRI, el de la experiencia, el papá de los amarillos, dictó la estrategia para ganar: comprar votos, amenazar, hacer guerra sucia.
Y una vez más los ciudadanos les dijeron que no, demostraron que ya aprendieron a votar por lo que ellos decidan y no por los que den más, no por los que quieren tratarlos como a menores de edad. Eso se acabó, quedó consignado en las boletas electorales.
El PRI debe cambiar de estrategia porque la dádiva ya no funciona, la gente está politizada, está más informada, más consciente.
Nunca más mil pesos van a garantizar un voto, eso está muy claro.
Por otro lado, en las regiones, sobre todo en los lugares más apartados, durante el pasado proceso electoral fueron denunciados actos de amenaza e intimidación, lo que pudo haberles funcionado en parte, y ahí están los resultados.
Sin embargo en la gran mayoría de los casos tampoco funcionó la estrategia de la agresión, ¿por qué? Simplemente porque quien amenaza se convierte en el enemigo, en alguien en quien la gente no confiaría el manejo del gobierno, y por eso vota en su contra.
PRD, A PUNTO DE DESAPARECER
Día antes de las elecciones recientes, analistas previeron la probable desaparición del PRD, merced a la pérdida de identidad; en primer lugar, porque ya había dejado atrás las causas por las que surgió y, en segundo término, por esa cuestionadísima alianza con su enemigo eterno, su verdugo.
Desde dentro y desde fuera se leía que las dirigencias del perredismo se unieron al PRI para garantizar el poder, el dinero, y no para beneficiar al pueblo… y el pueblo les dio la espalda, se fue con Morena.
El Sol Azteca no perdió su registro, pero estuvo muy cerca; el número de votos, ridículo, mostró su realidad: un cascarón en donde ya no hay nada, ni militantes, ni ideología, ni esperanza; nada qué ofrecer al electorado.
El PRD hoy da lástima: tanta lucha, tanta esperanza que dio al pueblo, tanto encarcelamiento, tantas agresiones físicas y tanta sangre derramada por verdaderos luchadores sociales, todo eso tirado a la basura por la ambición de sus dirigentes quienes, primero provocaron la salida de Cuauhtémoc Cárdenas, y después la del propio López Obrador.
Una pregunta recurrente que se hace quien esto escribe es: Si el PRD hubiera apoyado a AMLO en 2018… ¿hoy cómo estaría el partido y sus líderes visibles? Pero claro, el “hubiera” no existe.
LA ALIANZA QUE PERDURA
Quizá el único camino que tiene el PRD es continuar la alianza con el PRI, aunque ello implique que seguirá siendo tratado como menor de edad, o como a un hijastro al que sólo se da migajas, sobre todo con los resultados que obtuvo en la pasada elección. ¿A qué más puede aspirar o qué puede exigir en una alianza entre desiguales?
A ellos se les uniría el PAN, cuyos dirigentes ven con buenos ojos participar en el “trío” con el otrora enemigo de ideología, ideología que también tiró a la basura para hacer un frente en contra del único presidente que ha hecho algo positivo por México y su pueblo.
Y no estaría descabellado que en México se instaure, en una de esas, el bipartidismo, en donde PAN, PRI, PRD y aliados, se fundirían para crear el partido derechista de México, y Morena encabezaría el proyecto de izquierda con institutos políticos que históricamente han militado en esa ala.
En resumen, si el PRD y el PRI no pueden refundarse (se antoja imposible) sólo les queda fundirse –o refundirse- o morir como partidos.