¡YO SOY ATEO! Gritaba el hombre y todo mundo pegó el grito en el cielo y se santiguó, al escuchar estas palabras, que sonaban a sacrilegio en contra de la ley divina, que se apoya en la existencia de un dios todopoderoso.
No era concebible que alguien se atreviera a ir contra la corriente y se declarara abiertamente NO CREYENTE; el sacerdote de pueblo, lanzó anatemas en contra del personaje; pero estas maldiciones no aplicaban en contra del ateo, por razones obvias.
Es muy cierto que, en un momento dado, la religión católica fue oficial en la República Mexicana, pero también es cierto que el catolicismo no es propio del país, porque fue traído e impuesto por los españoles, en la conquista, por la fuerza de las armas, en contra del miedo y la ignorancia de los indios.
Nuestros antepasados adoraban a sus ídolos, pero los conquistadores se los quitaron y los obligaron a CREER en el hombre crucifijado, so pena de ajusticiarlos en la horca o en la hoguera.
Por suerte para todos, los legisladores mexicanos de 1857, establecieron en al artículo 24 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, la libertad de creencias religiosas y la iglesia perdió la facultad de juzgar, condenar y ajusticiar a los libres pensadores. Porque ahora a los ateos se les llama libres pensadores y el nombre hasta suena más bonito y elegante.
Y, de verdad que ser libre pensador es un signo que ennoblece a la persona, aunque se le siga criticando por no creer en ningún dios. El Libre Pensador, analiza los sucesos sociales que se dan a su alrededor y opina, en consecuencia, libre de toda influencia.
En la historia universal tenemos el ejemplo de los Humanistas del siglo XVI, quienes acabaron con el oscurantismo clerical, enseñando a los franceses que los reyes no eran divinos, como afirmaba la iglesia y que no había que soportar sus injusticias. Apareció la guillotina que le arrancó las cabezas a los reyes y se impuso la justicia.
A mi criterio muy personal, las religiones, cualesquiera que ellas sean, imponen reglas dogmáticas y los fieles tienen que someterse a ellas porque, en caso contrario, son amenazados con la excomunión, en caso de caer en el pecado de la desobediencia.
Sin embargo, y a pesar de la prohibición, muchos convenencieros las desobedecen, porque no creen en el castigo divino; están ahí porque les conviene y en cualquier momento se cambian de religión, como cambiarse de calcetines y asunto arreglado.
En conclusión, les diré que el ateo no se somete a los dogmas religiosos, pero respeta las distintas formas de pensamiento de los demás; tal vez no sea dueño de la verdad absoluta, pero su verdad es suya, sin coacción ninguna.
Lo malo del asunto se da cuando los creyentes son intolerantes y se molestan cuando alguien no cree ni piensa como ellos. El artículo 24 Constitucional, consagra la libertad de creencias religiosas, lo que significa que todos los mexicanos tenemos como garantía constitucional la de creer o no creer en la divinidad. El ser tolerante significa respetar la creencia de los demás y no coaccionarlos de ninguna manera y creer en lo que ellos creen.
Pero lo peor del caso es caer en el fanatismo o la intolerancia religiosa y, sobre todo recurrir a la violencia, para convertir a los demás, para que crean en lo que ellos profesan; como lo hicieron los españoles en la conquista armada e ideológica a que sometieron a los indígenas de aquel entonces.
La historia registra en sus anales, los hechos sangrientos que se han dado en el mundo, por culpa de la necedad de los españoles, al querer imponer por la fuerza de las armas, la religión católica. Si usted, amigo lector, analiza la historia de Francia, se dará cuenta que, allá por el año de 1789, gracias a los humanistas, el pueblo se liberó del dominio de la iglesia que apoyaba el Poder Divino de los Reyes; la Toma de la Bastilla fue el punto culminante, cuando la guillotina cercenó las cabezas de los reyes de Francia y se impuso la fuerza de la razón. Hay más ejemplos de lo que digo, pero, por hoy, basta.
PD.- Antes, el ateo era sinónimo de malo, lo pintaban de rojo y anarquista, al decir de los que detentaban el poder; era el diablo, en contra del dios de los creyentes.