Vender el alma al Diablo por ambición


  Vender el alma al diablo por la mera ambición de tener poder y riqueza, pareciera una cuestión de cuento, pero las consejas han dejado sembrada la duda al respecto.

  Acabo de ver la película El hombre y el monstruo, en la cual Enrique Rambal, en el papel de Samuel, firma un trato con el diablo, para calmar su ambición de poder ser un gran pianista; dicha ambición nace de la envidia que siente de la fama de una gran pianista.

  Samuel vende su alma al diablo, quien le concede lo solicitado; para ello recurre al asesinato de la artista, para no tener rival.

  Samuel, al influjo de una melodía, se transforma en un monstruo que destruye lo que se le opone; sólo respeta a su madre, quien lo domina con su voz.

  El pianista asume la responsabilidad de enseñar a tocar el piano a una joven, a quien la capacita para ser una gran concertista, pero a quien quiere destruir, cuando se convierte en monstruo.

  Por suerte para la joven (Martha Roth), el muchacho chicho de la película gacha (Abel Salazar), enfrenta al monstruo, que al final de cuentas, es abatido por las balas. La madre del monstruo, llora la muerte de su hijo y fin.

Los comentarios al calce, son los siguientes:

  En la vida real, venderle el alma al diablo, a criterio propio, significa apartarse del camino correcto, para dedicarse a actividades negativas en pos de poder y de riquezas, sin importar dañar a los demás.

  Vemos que muchos pobres, cansados de ser humillados por los poderosos, se dedican a buscar dinero en donde lo haya o a como dé lugar y de la noche a la mañana se hacen ricos y millonarios, de manera clandestina. Y también vemos que el mismo dinero mal habido lo usan los hijos de los corruptos, para alardear y abusar impunemente de los desheredados de la fortuna.

  También comento sobre el daño que se provoca a nivel social, cuando la juventud cae en las garras de la drogadicción, queriendo evadirse de la realidad que viven.

  Otros más se sienten impotentes ante lo que presencian a su alrededor: les comento uno de los tantos casos que me tocó vivir con un alumno que tuve en la Preparatoria, en la cual impartí cátedra: se llamaba Víctor Hugo y su promedio bajó de manera alarmante; de momento dejó de asistir a clases; le pregunté a uno de sus amigos sobre su ausencia y me dijo que Víctor andaba muy abatido; que había perdido el ánimo de estudiar. Le pregunté a su amigo donde vivía Víctor y se prestó a acompañarme en su busca. Por suerte lo encontramos y, aunque quiso escabullirse, lo acorralamos y no tuvo más que escucharnos y decirnos el motivo de su deserción; lo que escuchamos fue patético, nos dijo, casi llorando, de la impotencia que sentía: “ya no quiero estudiar, porque otros, sin estudiar, tienen mucho dinero; enfrente de mi humilde casa, se levanta una gran mansión y el dueño no estudió nada”. Al terminar, estalló en un llanto compulsivo y no tuvimos más que condolernos de su llanto y callar, respetando su dolor. Pero sus palabras estaban llenas de verdad; sólo los malnacidos, los que no tienen conciencia, ni valores, ni vergüenza, son capaces de venderle su alma al diablo, para mal de la humanidad. 

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