Da, sin recordar; recibe sin olvidar


Leyendo, me encontré con esta frase y me gustó para comentarla a mi modo. En consecuencia, digo que, si algo das, no alardees de lo dado; pero, si reciben un bien, no seas malagradecido y no olvides el favor recibido.

 En esta vida tan caótica, se tiene la mala costumbre de alardear de los favores realizados, como queriendo que todo mundo se entere que nosotros somos los buenos. Lo peor del caso es que los humanos también somos muy propensos a no agradecer y olvidarnos los beneficios que hemos recibido de parte de las personas que, en un momento dado, nos auxiliaron.

Hablando en primera persona, YO recuerdo los favores recibidos por las personas que me han tocado en suerte, conocer a lo largo y ancho de mi camino recorrido.

En primer lugar, coloco a mi madre, quien con su amor hacia mí y con las mejores intenciones, quiso que me preparara en la academia, para tener acceso a una mejor vida. Pero como en mi tierna infancia no supe valorar su esfuerzo, ni sus intenciones, me negué a respetar sus buenas intenciones y me negué al estudio, tanto en mis estudios primarios, como en una truncada carrera técnica. Lo bueno del caso, fue que, aunque un poco tarde, recompuse mi camino y me dediqué al estudio secundario, preparatorio y profesional, para lograr ser lo que ella quería que fuera.

 Enseguida, recuerdo la gran ayuda que recibí de parte de mi gran amigo Argelio Campos Ortiz, mi compañero de mis estudios de Bachillerato. Cuando yo, en un arranque de furia, quise desertar de las aulas, él, con las mejores intenciones hacia mí, me salvó y me incitó a seguir mis estudios. Además, recuerdo que cuando se trató de ir a la ciudad de México, para sacar la ficha para el examen de admisión e ingreso a la Universidad Nacional Autónoma de México, otra vez surgió la mano amiga: Argelio consiguió un aventón en un camión de la Cervecería Moctezuma, que nos llevó y nos trajo a la ciudad capital; más tarde, me pagó el pasaje de ida y vuelta, para ir a saber si había sido aceptado como alumno, en la Facultad de Derecho. ¡Cómo olvidar y no agradecer esos grandes favores de mi gran mecenas Argelio Campos Ortiz!

Otro gran benefactor lo tuve en la persona de mi amigo cultural, de nombre Elías Cid, a quien conocí en la mejor época de mis estudios secundarios. Y digo amigo cultural, porque nos conocimos en los eventos literarios de Poesía y Declamación. En una plática que tuvimos en la cena de una noche, Elías me ofreció su ayuda desinteresada, si es que yo me iba a estudiar a la ciudad de México; me dio su dirección en la Ciudad de los Palacios, y llegué a vivir en la Colonia Roma, en la esquina que forman las calles Chiapas y Mérida, cerca del Centro Médico, a una cuadra de la Avenida Cuauhtémoc. Cómo no agradecer la enorme ayuda de mi amigo Elías, quien durante ocho meses me mantuvo comiendo las tres comidas y viviendo en un cuarto, sin yo pagar un solo centavo.

Viene al caso mencionar la enorme ayuda que me proporcionó la señora Emilia Calderón, de la ciudad de Orizaba, quien intercedió por mí ante su jefe el Licenciado Miguel Ángel Salgado, Notario Público de Orizaba; este, sin tener ninguna obligación, me consiguió un empleo en una fábrica de plásticos, en la Colonia Santa María La Ribera; empleo que perdí por llegar tarde a la cita.

Como consecuencia de este fallido empleo, conocí al señor Andrés Hernández, quien me ayudó a entrar a trabajar en la fábrica Plásticos Nacionales de México y, además, me dio albergue en su casa, durante un buen tiempo. A don Andrés lo conocí, gracias a que, buscando a mi amigo Carlos López, llegué a su casa en la Colonia Agrícola Oriental.

Más adelante, cuando me corrieron de Plásticos Nacionales, mi amigo y compañero de estudios Rodolfo Rodríguez, me tuvo como su empleado en su Imprenta llamada Luisyl de México. De esta manera no me quedé sin trabajar y, hasta mejoré en mis condiciones laborales. Con Rodolfo no tenía un trato de empleado, sino me brindaba, más que nada, su amistad.

Otro gran amigo, lo conseguí en la Facultad de Derecho, se llamó Adrián Gutiérrez Sánchez, quien me brindó su amistad y su invaluable apoyo. Como él vivía con su hermana en la Colonia Pantitlán, para llegar a la Universidad, pasaba por la Avenida Consulado, en donde yo vivía, me brindó su ayuda, pasando por mí, para llegar juntos a las clases. Después, mientras iba pasando el tiempo, llegamos a ser colegas en un despacho que formamos junto con otros compañeros universitarios. ¡Cómo olvidar los momentos tan felices y también las tristezas que pasamos en franca camaradería! Recuerdo que, gracias a sus gestiones personales, llegué a Ciudad Altamirano, Guerrero, en donde ambos trabajamos en la Promotoría Agraria.

La maestra Alicia Buitrón Brugada, fue quien me llamó para formar parte de su planta de maestros de una Escuela Preparatoria por Cooperación, en la ciudad de Coyuca de Catalán, ahí comencé a hacer mis pininos en la rama educativa y, gracias a ella, vinieron otras nuevas oportunidades en la labor docente.

Y ya estando en Ciudad Altamirano, conocí al Licenciado Alejandro Cuenca Sales, a quien agradezco su invitación para trabajar en la Preparatoria número Ocho, en calidad de catedrático. Gracias a este gran amigo, estoy pensionado de la Universidad Autónoma de Guerrero.

Y claro que hay muchas personas a quienes les debo mi gratitud, porque me han ayudado a volver a confiar en las personas de buena voluntad.

Agradezco a mis amigos conseguidos en el deporte, los que me siguen dispensando su amistad, a pesar de la distancia.

Y recuerden: DEN SIN RECORDAR Y RECIBAN, SIN OLVIDAR! 

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