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José de la Paz Pérez
La violencia desatada en la capital del estado de Guerrero, Chilpancingo, ha puesto en el ojo del huracán mediático a la gobernadora, Evelyn Salgado Pineda, particularmente por la respuesta que ha de dar a un fenómeno que se replica no sólo en diversos puntos de la entidad, sino del país.
En casos como estos es muy normal –hay que reconocerlo y decirlo- que se levanten voces exigiendo mano dura del gobierno en contra de quienes ejercen conductas antisociales que derivan en actos de violencia y de inseguridad, particularmente quienes no simpatizan con Salgado Pineda.
Pero si la exigencia de la mayoría, las familias de Guerrero, es que haya paz y tranquilidad y, por ende, que no empeore la situación actual, lo deseable es que la respuesta sea una que aminore el impacto y no que lo empeore.
Es por eso que responder a la violencia con más violencia no sería el camino correcto, porque hay suficiente experiencia en este sentido como para volvernos a equivocar sólo por atender a quienes apuestan a que el estado realmente arda en llamas.
Lamentable, muy lamentable, los acontecimientos de violencia en cualquier lugar y tiempo.
El gobierno de Evelyn Salgado Pineda ha analizado a conciencia y ha respondido con diálogo, con sensatez.
Sería muy fácil hacer valer la ley a rajatabla y ordenar un ataque frontal a quienes están generando violencia e inestabilidad; sería fácil caer en la provocación para ganar aplausos de un sector de la sociedad ávido de sangre pero, ¿y las nuevas víctimas?, ¿los daños colaterales que nunca faltan?
Políticamente podría no ser redituable para la gobernadora adoptar una actitud de malinterpretada tolerancia a la violencia, pero en el fondo lo que importa es caminar, aunque a pasos no tan rápidos como se desea, en la búsqueda de esa paz y esa tranquilidad.
Finalmente lo que importa es que haya menos afectados posibles, que no haya víctimas, y eso, por fortuna, parece tenerlo claro Salgado Pineda.