Foto: Raúl Sendic García Estrada |
*Una vez más, los acapulqueños deberán comenzar a reconstruir su paraíso, el paraíso perdido... una vez más *El eco de John en Acapulco: cinco días de lucha y dolor
José de la Paz Pérez
Cinco días han pasado desde que el huracán John llegó a las costas de Guerrero y causó otra herida de muerte a Acapulco, dejando a su paso un escenario desolador, como si el tiempo hubiera detenido su curso en medio del caos.
Las calles que antes se llenaban de turistas y vida, ahora están cerradas, sumergidas bajo agua, lodo y piedras. Los ríos, que apenas contenían su cauce, se desbordaron con furia, arrastrando autos, árboles y todo lo que encontraban a su paso.
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En cada rincón de la ciudad, los vestigios de la tormenta se hacen evidentes: socavones en las carreteras, postes y cables eléctricos derribados, casas inundadas y familias que lo han perdido todo.
El llanto y los gritos de auxilio durante las lluvias aún resuenan en las memorias de aquellos que vivieron esta tragedia de cerca. Gritos desgarradores que se mezclaban con el sonido de la lluvia golpeando sin tregua y el rugido del viento.
Y en medio de esa desesperación, aparecieron héroes anónimos: vecinos, amigos y desconocidos que, sin pensarlo, se lanzaron a las calles para rescatar a quienes estaban atrapados, a quienes veían su vida peligrar.
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Hombres y mujeres que, armados únicamente con su valentía y un profundo sentido de humanidad, tendieron su mano a los más necesitados, sumando sus esfuerzos a los equipos de rescate del gobierno de Guerrero, encabezados por la gobernadora Evelyn Salgado Pineda.
Sin embargo, no todas las historias de esos días de tormenta hablan de solidaridad. En medio de la catástrofe, también hubo sombras. Tiendas de autoservicio, saqueadas por aquellos que vieron la desgracia ajena como una oportunidad para aprovecharse del caos.
Así es por desgracia, una vez más, en medio del lodo y el dolor, los actos de egoísmo también dejaron su marca, ensombreciendo la tragedia que ya había teñido de luto las calles de Acapulco.
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Las pérdidas son millonarias. Hogares destruidos, negocios devastados. Familias que han quedado con lo puesto, viendo cómo su esfuerzo de años se esfumó en cuestión de horas.
La pesadilla parece haber terminado, pero en realidad, el verdadero desafío apenas comienza. Como ocurrió el año pasado con el huracán Otis, Acapulco una vez más se enfrenta al arduo proceso de recuperación. Reconstruir no solo edificios y carreteras, sino también la vida de las personas que habitan en este paraíso herido.
A pesar de todo, en los rostros de aquellos que lo han perdido todo aún se percibe una tenue esperanza. El dolor es evidente, pero también lo es la fortaleza de una ciudad que ha sabido levantarse antes, y lo hará de nuevo.
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Las autoridades han comenzado el recuento de los daños, y el plan de recuperación está en marcha. Pero más allá de los números y las cifras, lo que queda es el espíritu de Acapulco, un espíritu que se resiste a ser doblegado por el peso de las tragedias.
John se ha ido, pero dejó una marca imborrable. Y ahora, mientras el sol vuelve a brillar en las costas guerrerenses, la ciudad se prepara, una vez más, para reconstruirse desde sus cenizas.
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