José de la Paz Pérez
Hoy asistimos,
como muchas veces a lo largo de seis años, a la conferencia de prensa mañanera de
Andrés Manuel López Obrador, pero esta fue especial: era la última, la
despedida como presidente de México.
Mientras presenciaba todo lo que ocurría sentí que hoy,
como pocas veces podría presumirlo gobernante alguno, la frase “Misión Cumplida”
estaba totalmente justificada.
Y aquí hago una pausa para advertir que estoy totalmente consciente
de que habrá quienes discrepen de mi opinión, lo que es totalmente natural,
como natural es que todos somos distintos, pensamos distintos, y vemos distinto.
AMLO, como ha sido ampliamente conocido, heredó en el ánimo
del pueblo la esperanza que representó Cuauhtémoc Cárdenas, quien intentó
infructuosamente hacer caer a un sistema que organizaba y calificaba las
elecciones y que no cedería el poder por gusto del pueblo.
Incluso, el tabasqueño fue también candidato presidencial
por el PRD, intento en el que sucumbió frente a la fuerza del Estado.
Cada intento, la figura de López Obrador y la esperanza de
un cambio verdadero, para bien de las mayorías, crecía.
Finalmente, fue en 2018 cuando el pueblo, me refiero a la
mayoría, pudo ver cumplidos sus sueños de llevar a uno de los suyos a dirigir
esta nación tan maltratada por una política neoliberal que privilegiaba los
intereses de la clase económica alta… muy alta.
Que era un peligro para México, que era muy bravucón, decían
sus detractores en la publicidad pagada en los medios tradicionales… pero
finalmente nos encontramos con un Presidente humanista, amigo del pueblo. Y eso
fue lo que enardeció a los otrora poderosos que se creían dueños de México y de
los mexicanos.
Incluso, como para desfigurar su imagen, llegaron a llamarlo
“mesiánico”, y los memes y las burlas no se hicieron esperar.
Y qué curioso: si hacemos una comparación de las circunstancias –no de los personajes-,
antes de la llegada de Jesús a la tierra –de acuerdo a la Biblia- el pueblo, el
de abajo, anhelaba la llegada de su Mesías, incluso los altos jerarcas sabían que
algún día llegaría. Y cuando llegó, fue repudiado por quienes sentían que su
poder estaba en peligro, y por una minoría del pueblo que estaba acostumbrado y
defendía a su viejo régimen, aunque le diera migajas y malos tratos.
Así, antes de la llegada de AMLO a la Presidencia de México,
el pueblo anhelaba ver en el poder a uno de los suyos, a uno surgido de la
lucha auténtica y no simulada, a uno que haya sido golpeado, vejado, durante la
lucha por causas populares, y no a uno de poses y de fotos fingidas creadas por
grandes publicistas.
¿Y qué pasó cuando llegó por fin? Los poderosos de la
política y el dinero, incluyendo a los grandes medios de comunicación que se
creían intocables y que todo lo merecían, sintieron que sus privilegios
peligraban, y estaban en lo cierto, y perdieron esos privilegios que
significaban miles y millones de pesos que hoy benefician a ese pueblo al que
AMLO ama, y que también lo ama.
Y coincidentemente, como cuando llegó el Mesías, una parte del pueblo, minoritaria por cierto, se incomodó por aquel que le quería quitar la venda de los ojos, por aquel que le quería devolver la dignidad; esa minoría, con claros signos del Síndrome de Estocolmo, estaba muy cómoda con sus captores, con quienes le tenían en condiciones de rehenes emocionales, y durante los seis años soltaron odio contra aquel que sólo les dio amor.
Pero así es la vida, así es la política, así son las
emociones, así son las visiones de cada persona, y es válido que cada quien
tome sus propias decisiones y se haga responsable de ellas.
No fue fácil para López Obrador enfrentarse a las inercias,
a lo establecido por décadas; fue una lucha titánica salirse del guion
prestablecido por sus antecesores: doblarse ante Estados Unidos, condonar
impuestos a los millonarios del país, entregar millones y millones a medios de
comunicación tradicionales para que no hablaran mal de su gobierno, por citar
algunos ejemplos.
AMLO cumplió algo que parecía imposible cuando le preguntaba
los periodistas: ¿De dónde va a sacar tanto dinero para los programas sociales
que anuncia?, y él respondía simplemente: Atacando la corrupción. Y fue de esta
manera que ese dinero que antes beneficiaba a unos cuantos, ahora beneficia a
millones.
Y de aquí se desprende una realidad que ya existe en la
conciencia de millones: No faltaba dinero, sino que sobraban ladrones.
Hay un sector que no sólo discrepa de López Obrador, sino
que lo ofende, lo humilla, pero difícilmente alguien puede señalarlo de haber
sido un mal presidente, pero con pruebas, porque decirlo es muy fácil, probarlo
no lo es tanto.
Hoy se despidió en su última conferencia mañanera un hombre
distinto, un hombre superior respecto a la visión de país que pretende; un
hombre que se desprendió, que lo dio todo por ese pueblo bueno, como él le
dice.
Hoy dice adiós un hombre que inició una gran revolución: la
de las conciencias, una revolución que fue posible sin el uso de la fuerza,
sino con sólo guiar con el ejemplo.
Ciertamente siguen vestigios de corrupción, implantados durante décadas, pero ahora ya no se desprende desde la cabeza, como se hacía en tiempos que esperemos no vuelvan.
Hoy en su despedida, Andrés Manuel López Obrador se tomó la
foto con esos medios que día a día le acompañaron en sus “mañaneras”, y
soltaron la arenga: “Es un honor estar con Obrador”, lo que seguramente está
incomodando a más de un periodista que antaño lanzaba vivas a los gobiernos neoliberales,
quienes les otorgaron grandes y millonarios privilegios.
Y la sorpresa: una canción hecha a su medida, que lo retrata como es: el presidente humanista, luchador y congruente. Y las lágrimas brotaron de ese hombre que fue duro contra las injusticias, pero débil frente al dolor ajeno.
Durante la transmisión de la última conferencia, las redes sociales se saturaron de agradecimientos y bendiciones hacia el hombre que lo cambió todo en México, al hombre que se la jugó con el pueblo, porque después de López Obrador ya nada será igual. Un parteaguas está ahí, inamovible.
Un servidor se suma a este agradecimiento, con convicción, y
sin mediar centavo alguno (por aquello de las archi recontra cochinas dudas) y
le digo a este hombre, que mañana lo veremos en los libros de historia como un
héroe más, al hombre que fue ubicado como el segundo gobernante más popular del
mundo:
Señor Presidente, gran soldado de México, vaya en paz… ¡Misión
cumplida!