Versión de
José de la Paz Pérez /
Capítulo 1: El Pueblo con Mar
Era una pequeña joya perdida en la costa, un pueblo con mar donde el tiempo parecía haberse detenido. La noche caía lentamente, teñida de tonos rojizos y dorados, mientras el sonido de las olas rompía suavemente contra las rocas. Había un concierto en la plaza, uno más entre tantos veranos que el pueblo había visto pasar, pero aquella noche tenía algo diferente, algo que aún no podía entender.
Después de tocar la última nota en mi guitarra, decidí buscar un lugar donde tomar una copa. Había pocas opciones, pero al girar en una esquina encontré el único bar que seguía abierto. Al cruzar la puerta, lo primero que vi fue a ella. Reinaba detrás de la barra como si siempre hubiera pertenecido a ese lugar, con una mirada felina que me atrapó al instante.
"Una canción al oído, y te pongo un cubata", me dijo con una sonrisa traviesa. No pude resistirme. Me acerqué, canté algo suave y lento, y en respuesta, me ofreció una bebida y una promesa oculta en su mirada: el balcón de sus ojos estaba entreabierto, y yo ansiaba descubrir lo que había detrás de esas cortinas.
Capítulo 2: La noche que no terminó
Los clientes fueron desapareciendo, uno a uno, dejando el bar en un silencio cómodo. Yo seguía cantando, mientras ella limpiaba copas y observaba desde la distancia. Era imposible ignorar la conexión que se había creado entre nosotros, una tensión que se hacía más palpable con cada nota que salía de mi boca. Entonces, algo en su rostro cambió; un destello de vulnerabilidad mezclado con deseo.
Cerró la puerta del bar y se acercó a mí, su dedo dibujó un corazón en mi espalda y yo, sin dudarlo, respondí con un gesto que decía más que mil palabras. Salimos juntos, caminando por las calles del pueblo, besándonos bajo cada farola que iluminaba nuestro camino al hostal. No necesitábamos hablar, ya sabíamos lo que queríamos. Nos entregamos el uno al otro sin reservas, y la luna fue la única testigo de esa pasión que nos consumía.
Capítulo 3: El Despertar
Y nos dieron las 10 y las 11… las 12 y la una, las dos y las tres…
La mañana nos encontró entrelazados, desnudos y exhaustos, pero felices. Nos despedimos con promesas susurradas, "Ojalá volvamos a vernos", dijimos, aunque en el fondo sabíamos que era poco probable. El verano terminó, y el otoño se deslizó rápidamente hacia el invierno. El recuerdo de esa noche quedó grabado en mi mente, como una melodía que no podía olvidar, una canción sin final.
Capítulo 4: El Regreso
Un año después, el destino, o quizás mi deseo incontrolable, me llevó de nuevo a ese pueblo con mar. El escenario era el mismo, pero todo lo demás había cambiado. Después del concierto, me dirigí al bar, esperando verla detrás de la barra, con su mirada de gata y su sonrisa pícara. Pero lo que encontré fue una sucursal bancaria, fría y sin alma, donde una vez hubo música y risas.
Pregunté por ella, pero nadie parecía recordar su nombre, como si nunca hubiera existido. La desesperación me consumió, y en un arrebato de rabia e impotencia, arrojé piedras contra los cristales del banco. "Sé que no lo soñé", repetía mientras los policías me esposaban y me llevaban, lejos de lo que quedaba de aquel lugar.
Capítulo 5: La Canción que Nunca Terminó
En la fría y solitaria celda donde me encerraron, comencé a cantar la misma canción que le había susurrado al oído aquella noche. Las palabras salían de mi boca con una tristeza que nunca había sentido antes. La melodía era mi única compañía, el último lazo que me unía a ella, a esa mujer que había transformado una noche en algo eterno.
Las horas pasaron lentamente, y con ellas, la certeza de que el pasado era un lugar al que no podía volver. Pero, mientras cantaba, me aferré a la esperanza de que, en algún rincón de mi memoria, ella seguiría viva, con sus ojos de gata y su sonrisa enigmática, en un pueblo con mar donde las noches nunca terminan, y donde la luna siempre encuentra a los amantes al anochecer.